Aquello tiene sentido hasta que pierdes de vista el factor impulso. Cada movimiento necesita algo que lo impulse. Una hoguera no arderá sin una chispa que la avive; un cuerpo, en equilibrio, no variará su estado sin una fuerza capaz de hacerlo cambiar. Y aunque ese impulso nunca sepas realmente a dónde te va a llevar, es la fuerza motriz que te permite evolucionar. Ese pequeño, a veces insignificante impulso, es lo que a menudo te separa de aquello que ansias, convirtiéndo una zancada en un universo de incertidumbres, la duda en tu mayor obstáculo.
Siempre había pensado que sería capaz de tomar el rumbo de mi vida, si hallaba el rumbo a tomar. Hoy me pregunto si no me refugiaba en la indecisión, para no afrontar mi cobardía. Si tomar partido por mí era ser responsable de mi destino, prefería guardar bajo llave cada una de mis inquietudes, a verlas rodar escaleras abajo y sentirme vencida.
Pese a todo, la vida tiene esa peculiar manera de hacerte girar como una peonza, en un infinito salón de danzantes títeres, para luego, en el momento más inesperado, dejarte caer de bruces contra tu indecisión. En ese instante, puedes desfallecer y perder la jugada; o ser espontáneo, un poco más valiente y arriesgar.
All in.
No hay comentarios:
Publicar un comentario