Parte I
El paisaje se precipita a través de la ventana. El cielo se oscurece y las primeras gotas de lluvía anuncian un día que ya comienza, otra mañana que amanece gris en Reino Unido. El tintineo del tren en movimiento deja caer los párpados de algunos, mientras otros, más emocionados, se debaten sobre cómo mejor emplear sus días de libertad. Los menos afortunados, alternan cafeína y Mac, con algún que otro bostezo entrecortado. Y tú, mirada perdida, repasas en tu mente cada tema de la agenda, al paso que la incertidumbre se agita en tu vientre liberando un cosquilleo. Aprietas la mejilla contra el frío cristal, justo antes de que el paisaje se cubra con un velo azabache, y la luz recién encendida del vagón, te devuelva una mirada ahogada en la ventana.
Los pasajeros, anulados de poder contemplar el camino, se ajetrean en un ir y venir constante al vagón cafetería; balanceándose con bandejas de café y té, mientras alcanzan regresar a su asiento, no sin esfuerzo. Algún valiente, prueba en vano la cobertura de su móvil o se frustra en actualizar sus notificaciones de la red social. Frente a ti, una niña dormita, suave respiración acompasada, en un sueño profundo, ininterrumpido desde que el tren partió de King's Cross, una hora atrás, dos, horario CET.
La salida del túnel devuelve la mañana al tren y la renovada cobertura a los móviles; y con ello, el rinrineo de llamadas en el vagón se une a un ambiente que despierta ya, con enérgico compás. A medida que los campos franceses son relevados por belgas, mis últimas revisiones de los planos, traen de vuelta la concentración a mi cabeza, el coraje anticipado a mis venas. En la penúltima parada, haces acopio de tu disperso equipaje y te debates si el primer paso a dar, es endulzar la mañana en la estación, antes de empezar la aventura.
Los motores rugen al detenerse el tren en el andén, tal disparo de salida a un frenético público, que en masa es reconducido al exterior; evacuación acelerada y apremiante. Sus mentes, ahora, en el ansiado destino. El taxi, conocedor de tu necesidad, aguarda al umbral de la estación; no tituvea, no importa el idioma en el que le abarques. En un respiro, el tren ha quedado millas atrás y tu destino se muestra ante ti, con empolvado y ensordecedor ajetreo diario.
Aprietas tus puños al bajar del taxi, tomas aire, y caminas hacia adentro.
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