dibujé tus bellos dedos, la suavidad de tus rasgos,
de tus frías yemas.
En tus manos deposité mi vista, y también, mi inocencia
ahogué el retumbar del mundo al correr,
de una infancia hacerse trizas.
Tus manos fueron escudo, fui ignorante por ellas,
me aislaron de tu realidad, callaron mis pensamientos.
Concentrada en aquel gesto, le perdí la vista a la vida,
no escuche tu último grito. Ni tampoco tu silencio.
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